BA = gUG + min(k - g, (1 - g)(1 - r)). Es decir, el mejor momento para reservar un vuelo es con ocho semanas de antelación. Lo sostienen dos economistas, Makoto Watanabe y Marc Möller, que han llegado a esta conclusión resolviendo esa y otras ecuaciones que componen una especie de regla áurea del viajero. Los resultados del estudio han sido publicados en el último numero impreso de la revista Economic Journal y citados por el periódico The Observer.
La teoria de Watanabe y Möller se basa sobre todo en dos variables: las tarifas y el riesgo. La hipótesis de partida es que los precios van creciendo a medida que se acerca la fecha de despegue del avión, aunque puede que disminuyan repentinamente a última hora. La oscilación de las tarifas depende de la otra variable. Reservar un vuelo meses antes de la fecha significa correr el riesgo de que, entre tanto, ocurra algo que te impida coger ese avión. Por tanto, las compañías bajan los precios en el intento de convencer al cliente a arriesgarse. Al contrario, un viajero que prefiera esperar hasta última hora pagará su billete mucho más caro a cambio de saber con cierta seguridad que sus planes no se vendrán abajo. B en la ecuación representa al beneficio y según los dos estudiosos se maximiza ocho semanas antes de la fecha del vuelo. Además, sostienen que reservar un billete por la tarde es más barato que por la mañana.
El tema es bastante controvertido. Watanabe y Möller comparan los precios de los vuelos con los de las obras teatrales. En ambos casos la incertidumbre de hacerse con el billete juega un papel fundamental aunque en el caso del teatro muy a menudo las compañías ofrecen descuentos significativos en los últimos días. A este proposito, The Observer cita dos estudios: en 2004, el aeropuerto de Niza comprobó que los precios medios de los vuelos subían un 12,7% a lo largo de los 22 días antes de la fecha de salida. El mismo año, otro estudio mostró que de 199 espectáculos de Broadway, 197 ofrecieron descuentos de hasta el 50% el mismo día de la representación. Para los dos economistas, la explicación es que es más probable que se agoten los billetes de un vuelo respecto a los de un musical.
Información y foto: Elpais.es
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