El 29 de julio de 1935 el piloto Carlos Lloro aterrizaba con una avioneta militar en el aeropuerto de Lavacolla. Fue el festival inaugural de unas instalaciones promovidas a instancias de un grupo de aficionados a la aeronáutica que en 1932 echaron a rodar lo que hoy es un aeropuerto en plena metamorfosis y que alcanza los dos millones de pasajeros al año.
Una suscripción popular permitió reunir 8.000 pesetas, que añadidas a las 21.000 que aportó la Junta Central de Aeropuertos permitieron poner en marcha unas instalaciones con tres zonas de aterrizaje formando un triángulo y un modesto barracón de madera a modo de terminal.
Con uso militar pero con posibilidades de operaciones civiles, la primera ruta que hubo en Lavacolla enlazaba Compostela con Salamanca, Valladolid y Zaragoza.
En la historia de Lavacolla hay también dolor y sangre. Fue el trabajo de dos mil presos republicanos, en batallones de castigo, los que explanaron entre 1939 y mediados de los años 40 miles de toneladas de tierra para crear la plataforma sobre la que se asienta la pista. Una fosa común cerca del aeropuerto guarda parte de la memoria de la terminal. Hoy, ochocientos obreros les dan el relevo, levantando a marchas forzadas el futuro de Lavacolla.
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